El 15 de setiembre de 1983 fue la
fecha en que estuvimos cerca de tocar el cielo con los guantes. Lamentablemente la suerte nos fue esquiva.
En New York, el
Madison Square Garden estuvo abarrotado de gente ya que se disputaba el título
del campeonato mundial ligero. En ese momento, el campeón defensor del título
era el descendiente de italianos, Ray Mancini, apodado ‘Boom Boom’ y el retador,
el peruano Orlando Romero ‘Romerito’, un fajador de aquellos y que tenía a todo
el Perú a la expectativa de ésta pelea.
Parecía que estábamos en la
Bombonera del viejo Estadio Nacional ya que el aliento hacia el peruano era
incesante. Recordemos que por aquellas épocas la gente emigraba a otros países,
uno por la economía inestable que azotaba nuestro país y otro por el terrorismo
que estaba en su nivel más alto.
En ese momento contaba con 7
años, pero como aficionado al boxeo estaba muy emocionado de ver a Romero
dentro del cuadrilátero disputando un título mundial. Veía a vecinos que
llegaban a la casa con cajas de cerveza, obviamente mis tíos los dejaban
ingresar.
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Cuando entonaron las notas del
Himno Nacional todos nos pusimos de pie, vi muchas lágrimas; en ese momento
entendí el sentimiento hacia la Patria.
Inicio de la contienda, primer
asalto, nada de estudio, los dos fueron al golpe por golpe, no como las peleas
de ahora que deben de transcurrir tres rounds para comenzar a fajarse.
Ambos zurdos, de fuerte pegada,
se conectaban cruzados que impactaban en las mandíbulas, pero tenían buena
asimilación. El trujillano no se amilanaba ante el campeón, iba al frente sin
ningún complejo, llevaba el ritmo de la pelea. Mancini aplicaba jabs, ganchos y
eso hacía más fuerte a Romero que por cada golpe recibido, conectaba dos.
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En casa, la gente grande ya no sabía qué hacer, todos estaban eufóricos, muchos comentaban que ésta pelea nos las llevábamos y que después de Mauro Mina no había otro boxeador como Romero.
Hasta donde yo recuerdo, antes de
Romero hablaban mucho de Fernando Rocco y que también era un gran fajador, pero
no pasó de campeonatos sudamericanos.
Volviendo a la pelea,
escuchábamos lo que comentaban Kike Pérez y Eduardo San Román -quienes habían
viajado a transmitir la velada boxística- en donde mencionaban que Romero
estaba por delante en las tarjetas de los jueces y que si seguía a ese ritmo
íbamos a tener por primera vez un campeón mundial.
El trámite seguía siendo el
mismo, transcurría el sexto asalto y sus rostros estaban muy magullados.
Mancini tenía el pómulo derecho totalmente hinchado y Romero la ceja derecha
ensangrentada.
Noveno asalto, quedaba poco para
terminar el fatídico round de la pelea pactada a diez. Cruce de golpes, Mancini
que conecta al peruano con un cruzado de izquierda, éste tambalea, otra vez el
campeón aprovecha un descuido y lo cruza con un zurdazo, el trujillano que cae
a la lona impactando fuertemente la cabeza con el piso del ring.
Conteo hasta diez y Romero no se
levantó más. Toda la euforia que vivíamos se esfumó, hubo lágrimas, pero ésta
vez de tristeza.
Así es el box, como la vida
misma, a veces puedes estar arriba, pero si te descuidas puedes terminar en el
fondo.
Después de esa pelea ya no seguí
la carrera de Romero, creo que tampoco llegó a disputar peleas a nivel
internacional.
Siempre se le recordará por todo
lo que nos hizo vibrar aquella noche.
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